La argentina Estela Canto (1916-1994) —quien colaboró
en la legendaria revista Sur y escribió relatos y novelas que
ahora ya nadie o casi nadie lee ni recuerda— fue la fémina cuyo nombre Jorge
Luis Borges inmortalizó al dedicarle, al término, su cuento “El Aleph”. En su
libro de memorias Borges a contraluz . Estela Canto apunta que
entre 1944 y 1952 fue amiga íntima de él, pero que su amistad se extendió hasta
noviembre de 1985, que fueron las semanas previas a su último vuelo a Europa
con María Kodama (Buenos Aires, marzo 10 de 1937), donde habría de morir en
Ginebra el 14 de junio de 1986, poco después de su controvertido casamiento con
ésta y de haberla nombrado heredera universal de sus derechos de autor y de la
mayoría de sus bienes.
En su libro,
Estela narra y enfatiza —apoyada por las cartas que Borges le escribió— que
ella es la musa del “El Aleph”. Pero Monegal dice que “la verdadera musa es laDivina
Comedia” —ver el Ficcionario (FCE, 1985) y su
biografía— y que “la Beatriz del cuento está más relacionada con el estilo y la
clase social de otra amiga de Borges, Elvira de Alvear” (1907-1959), mujer de
la alta sociedad que lo visitaba en la Biblioteca Miguel Cané, a la que le
prologó su poemario Reposo (Gleizer, 1934), que murió loca y a
la que Borges le dedicó un poema que fue grabado en su lápida y que se lee
en El hacedor (Emecé, 1960). Al respecto, Borges, falaz y
lúdico, comentó en 1970 en su nota para The Aleph and Other Stories:
“Algunos críticos [...] han descubierto a Beatriz Portinari en Beatriz Viterbo,
a Dante en Daneri y el descenso a los infiernos en el descenso al sótano. Por
supuesto, estoy agradecido por esos inesperados regalos. Beatriz Viterbo
existió en realidad. Escribí el relato después de su muerte.” Pero según Estela
no sólo tal cuento fue acuñado bajo la atmósfera mágica que sus seductores
encantos propiciaron en Borges: “Al parecer, yo era entonces para él el eje del
mundo. Me decía que El Aleph iba a ser el comienzo de una
larga serie de cuentos, ensayos y poemas dedicados a mí”. Y que de entre todas
las féminas que Borges conoció y se enamoró a lo largo de su vida (la mayoría
platónicamente) sólo con ella “él había creído posible la felicidad del amor
realizado”; no obstante, apunta: “Cuando me apretaba entre sus brazos, yo podía
sentir su virilidad, pero nunca fue más allá de unos cuantos besos”.
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