Dos
pobres diablos, carne
de cañón, Sixto
y Vicente forjan una amistad que les convierte en hermanos de por vida entre
las paredes de un orfanato de Barcelona. El lector sabe que un
día u otro se encontrarán después de que agarren la vida por diferentes caminos.
Guardan en corazón y alma su drama de infancia aunque no quieran. Cuando se conviertan en
adultos nos mostrarán cómo estaban de curadas o no, sus cicatrices. Porque
en “Los buenos amigos” hay mucha tristeza
y ternura, pero también violencia soterrada: la sangre no se
ve pero se presiente con la expresión constante del dolor
. A esta historia no le
sobra ni le falta nada. Ello quiere decir que todo lo que se narra, lo que se
explica y se describe es necesario a los efectos de la eficacia y el placer de
su lectura. Use Lahoz ha escrito una novela redonda. Todo está pensado y puesto
para que el relato consiga nuestro interés. Se trata de seguir su trama y sus
avatares con ese encendido interés que nos procura una novela muy bien urdida y
mejor acabada. En primer término, debo destacar la precisión narrativa de su
voz omnisciente.
Una voz que nos guía, que nos expone la
dimensión humana, psicológica y moral de sus personajes sin que tengamos que
tomar partido por ninguno. Diría que Los
buenos amigos es una novela de destinos desencontrados, a merced del
azar o de decisiones equivocadas, víctimas de la codicia, la frustración o de
los sentimientos más gestionados.
Los buenos amigos son varias novelas. Una novela de
formación (o deformación), una novela sobre el paso del medio rural al urbano,
una novela sobre la emigración del sur de España a Cataluña, sobre la ascensión
social y sus costes humanos. Lahoz enfrenta dos modos de mirar el mundo, el de
dos adultos que fueron niños en un orfelinato en la posguerra.
Su escritura es una voz.
Omnisciente que deja que seamos nosotros quienes tengamos la última palabra.
Por momentos tuve la
impresión de estar leyendo una novela de Balzac. Ese aire entre trágico y
triste de los personajes balzacianos, tan llenos de ilusiones perdidas.
Lahoz demuestra que el
realismo no está muerto. Que puede vivir con otras tendencias. Siempre que sea
para contarnos lo que nos cuenta y como nos lo cuenta Lahoz
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