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sábado, 4 de septiembre de 2021

PEQUEÑAS MUJERES ROJAS de Marta Sanz


 

Paula Quiñones llega a Azafrán para localizar fosas de la guerra civil. Mantendrá correspondencia con Luz (suegra de Zarco, el detective tan poco convencional que conocemos de Black, black, black y de Un buen detective no se casa jamás,  cuarentón y gay, exmarido de Paula a la que contará sus amores con David Beato, descubrirá sus temores respecto a la existencia de un delator y relatará las leyendas familiares. Al mismo tiempo, Analía, madre de David, cuida amorosamente de Jesús Beato, dulce patriarca que acaba de cumplir un siglo, y atiende a los mensajes que este le sopla al oído… Pronto, una atmósfera gelatinosa y endogámica amenaza con aplastar a Paula: el western expresionista se enturbia hasta llegar al extremo de un terror habitado por animales que podrían hablar, pero permanecen mudos; una niña que quiso ser cantante y peona caminera; y una legión de fantasmagóricos niños perdidos y mujeres muertas…

La nueva novela de Marta Sanz cierra la trilogía del detective Arturo Zarco. A partir de la investigación de unas fosas comunes de la guerra civil, las memorias más duras llenan las páginas de ‘Pequeñas mujeres rojas’. Una obra ambiciosa en la que la autora no deja sin remover ni un solo pedazo del pasado más reciente, escarba en los silencios del siglo XX para exhibir su precioso botín ante los ojos vagos, colaboradores y laxos del siglo XXI.

Los días comienzan atestados de desconocidos hasta que llega alguien que cuida de sus vidas y de sus muertes. Hasta que llega alguien ficticio como Paula Quiñones o alguien real como la escritora Marta Sanz (Madrid, 1967) y los nombran y los sostienen sobre sus honestas manos, a pesar de que sus huesos y sus nombres sean un puzzle macabro escondido por los sátrapas bajo la tierra.

No es fácil enfrentarse a la lectura de una novela como Pequeñas mujeres rojas, no es fácil enfrentarse a esa alternancia de memorias que la autora despliega a lo largo de cada capítulo con la firme intención de no dejar nada sin decir. Estremece cómo entra en cada rincón oscuro, cómo mete la linterna dentro de su boca hasta acabar con la perseverancia de la oscuridad. Estremece cómo la renombra, cómo organiza el silencio, cómo fabula hasta habilitar un lenguaje capaz de acabar con la infranqueable ignominia facilitada por el oportunismo de un iluminado de baja estatura alimentado por la sombras.



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