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sábado, 24 de junio de 2023

EL LIBRO VACÍO y LOS AÑOS FALSOS de Josefina Vicens

 


En 1958 hizo su aparición en el panorama literario mexicano una escritora distinta a todas las demás: Josefina Vicens. Y lo hizo con El libro vacío, una obra maestra justamente comparada con La novela luminosa de Mario Levrero que no es solo una narración sobre la metafísica de la escritura, sino también sobre los deseos y las limitaciones de un hombre cualquiera. Tras casi un cuarto de siglo de silencio, Vicens publicó en 1982 Los años falsos, un texto hipnótico que cuenta cómo un hombre se forma a partir de los dogmas, las costumbres y las recurrencias en el núcleo de una familia y su entorno social. Con esta novela se cerró un díptico intrigante, una obra sustentada en la mesura y la introspección que le ha valido a su autora un lugar de preeminencia en la literatura en español del siglo XX.

Este volumen reúne las dos únicas novelas de Vicens, obras que bastaron para que su autora lograra la inmortalidad y para que su obra se confirmara como una de las joyas secretas de la narrativa mexicana.

También de dobleces está compuesta Los años falsos, novela publicada en 1982, luego de un mutismo de veinticuatro años en los que, entretanto, la escritora mexicana desempeñó labores como guionista. Acá la imposibilidad ya no es la de contar una historia sino la de asumir la identidad como propia. La frase inicial —“Todos hemos venido a verme”— instala una ambigüedad que no se resuelve con el correr de las páginas. La voz que la enuncia pertenece a un joven que carga el fardo de ocupar el lugar de su finado padre. Más que ser el receptáculo de un legado, a Luis Alfonso le ha sido impuesto el mandato de encarnar al padre para mantenerlo vivo a costa de su propio existir. La tarea de doble especular tolera poseer el mismo revólver, el mismo cargo de asesor político, la misma amante. Ensaya incluso ante el espejo los gestos de la impostura. “Las palabras se me quedaron muertas, como si ya no pertenecieran a mis actos, ni a mi tiempo, ni a mi vida”, dice para sí el protagonista ante la tumba del padre, bajo la sombra de una bugambilia, mientras su madre y sus hermanas gemelas, a un lado, rezan.

Novelas breves, de cauce sosegado y con una perfección casi diríamos consustancial al género, en sus dobleces ambas musitan maneras de colmar un hueco. Pero el vacío, dice Giula Sissa, se ahonda a medida que lo llenamos.





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