En 1958
hizo su aparición en el panorama literario mexicano una escritora distinta a
todas las demás: Josefina Vicens. Y lo hizo con El libro vacío, una
obra maestra justamente comparada con La
novela luminosa de Mario Levrero que no es solo una narración
sobre la metafísica de la escritura, sino también sobre los deseos y las
limitaciones de un hombre cualquiera. Tras casi un cuarto de siglo de silencio,
Vicens publicó en 1982 Los
años falsos, un texto hipnótico que cuenta cómo un hombre se
forma a partir de los dogmas, las costumbres y las recurrencias en el núcleo de
una familia y su entorno social. Con esta novela se cerró un díptico
intrigante, una obra sustentada en la mesura y la introspección que le ha
valido a su autora un lugar de preeminencia en la literatura en español del
siglo XX.
Este volumen reúne las dos únicas novelas de Vicens, obras que
bastaron para que su autora lograra la inmortalidad y para que su obra se
confirmara como una de las joyas secretas de la narrativa mexicana.
También de dobleces está
compuesta Los años
falsos, novela publicada en 1982, luego de un mutismo de
veinticuatro años en los que, entretanto, la escritora mexicana desempeñó
labores como guionista. Acá la imposibilidad ya no es la de contar una historia
sino la de asumir la identidad como propia. La frase inicial —“Todos hemos
venido a verme”— instala una ambigüedad que no se resuelve con el correr de las
páginas. La voz que la enuncia pertenece a un joven que carga el fardo de
ocupar el lugar de su finado padre. Más que ser el receptáculo de un legado, a
Luis Alfonso le ha sido impuesto el mandato de encarnar al padre para
mantenerlo vivo a costa de su propio existir. La tarea de doble especular
tolera poseer el mismo revólver, el mismo cargo de asesor político, la misma
amante. Ensaya incluso ante el espejo los gestos de la impostura. “Las palabras
se me quedaron muertas, como si ya no pertenecieran a mis actos, ni a mi
tiempo, ni a mi vida”, dice para sí el protagonista ante la tumba del padre,
bajo la sombra de una bugambilia, mientras su madre y sus hermanas gemelas, a
un lado, rezan.
Novelas breves, de cauce
sosegado y con una perfección casi diríamos consustancial al género, en sus
dobleces ambas musitan maneras de colmar un hueco. Pero el vacío, dice Giula
Sissa, se ahonda a medida que lo llenamos.
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