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sábado, 9 de diciembre de 2023

LA CASA HERIDA de Horst Krüger

 


La Alemania de este libro no es la de la cruz gamada, los grandiosos desfiles a la luz de las antorchas y las interminables hileras de brazos extendidos. Es la Alemania de Eichkamp, el pequeño suburbio berlinés donde los padres del autor vivieron una vida cívica y apolítica: creían en Dios y en la Ley, respetaban a los «buenos judíos», eran los sensatos y trabajadores herederos de los seculares valores austrohúngaros. El relato de cómo paso a paso fueron seducidos por la visión mesiánica de Hitler e, intoxicados por las promesas del nacionalsocialismo, se entregaron cómodamente a su delirio, conforma un drama aún más escalofriante por su falta de violencia, tanto más condenable por su total ausencia de maldad consciente.

La reciente reedición de La casa herida con motivo del centenario del nacimiento de su autor fue saludada en Alemania como todo un acontecimiento. Un libro fundamental en la historia de las letras germánicas de posguerra en el que Krüger no solo relataba con agudeza su propia infancia bajo el Tercer Reich, sino que proponía al mismo tiempo una lúcida radiografía de toda una clase social, de esa pequeña burguesía a la que su familia y él mismo pertenecían, «el prototipo de hijo de esos alemanes inocuos que nunca fueron nazis, pero sin los cuales los nazis nunca hubieran podido hacer su trabajo».

El lector puede conocer, aproximarse a un sentido vital de los protagonistas, pero siempre en un plano de dignidad no sólo literaria —tal como se transmite— sino como posible actor en unas circunstancias que se le trasladan vívidas y con una elegancia personal de un ritmo armonioso y creíble. Una lectura, creo, que genera lectores.

“Recorrí el mundo —razona el autor a la hora de entregar este magnífico relatorio al lector— cargando con el pasado por equipaje. No pretendo decidir aquí si esto ha de verse como una ampliación de mis horizontes (la primera publicación original del libro data de 1966) o —según se ha sugerido en ocasiones— como una modernización de mi perspectiva original. Yo nunca he considerado opuestas ambas ‘modalidades de viaje’; para mí, las dos han sido etapas de desarrollo necesarias e inevitables de mi trayectoria. Para encontrarse, un autor debe salir al mundo, pero no puede hacerlo si no ha alcanzado antes un acuerdo consigo mismo”.




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