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sábado, 25 de enero de 2020

EL AMANTE URUGUAYO de Santiago Roncagliolo



La leyenda de Federico García Lorca y su muerte no tiene fin; todavía no se sabe donde están sus restos, y ahora el redescubrimiento, por parte del escritor Santiago Roncagliolo, de Enrique Amorín, un millonario que fue amante del poeta cuando estuvo en Uruguay, deja en el aire si éste pudo robar su cadáver.
Una apasionante historia que el peruano Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) ha plasmado en 'El amante uruguayo. Una historia real', publicado por editorial Alcalá; una monumental investigación por el Buenos Aires de los años treinta, la guerra civil española y el París de posguerra, y por la historia de los máximos creadores del siglo XX, como Picasso, Chaplin, Neruda o Borges.
Y una investigación que empezó con el interrogante de saber si sería verdad que Enrique Amorín, un escritor seductor, comunista, homosexual casado, y uruguayo y argentino a partes iguales, había robado el cadáver de Lorca, como él mismo dijo tras haber hecho un homenaje en 1953 en Salto, a orillas del río que separa Uruguay de Argentina ante multitud de gente, para enterrar una caja blanca -que se supone que contenía sus huesos- y levantar un monumento al poeta.
"Cuarenta y ocho años después, el monumento y su misterioso contenido siguen ahí, intactos", dice a Efe Roncagliolo, "pero nadie quiere decir ni una palabra sobre si es verdad o no".
Cierta o no, la historia le pareció fascinante al escritor peruano porque, a raíz de la misma, descubrió que detrás existía un personaje de novela total, y se puso en marcha para investigar todo su legado.
"Amorín era un escritor, bueno, más personaje que escritor -dice el autor-, con 40 libros escritos pero con poca memoria de ellos, que se sabía todos los secretos de los artistas del siglo XX. Su vida era su mejor obra. Sabía mucho y no lo podía contar, porque en los 50 no se podía hablar de la homosexualidad de Lorca o de Jacinto Benavente, o de los dudosos manejos del partido comunista, en el que él mismo militó", argumenta el autor de "Abril rojo".
Y es que Roncagliolo cree que Amorín, al que todos los artistas le pedían dinero, entre ellos Picasso, aunque luego se lo cobraba caro, dejó un vasto material para que alguien escribiese su vida. "Y me tocó a mí -reconoce el escritor-, aunque en realidad su vida está llena de enigmas".
"Si los restos de Lorca están donde dice él que los dejó, es un hecho histórico; pero, si no, es su última burla del mundo intelectual que nunca le tomó en serio", subraya.


sábado, 18 de enero de 2020

CLEMENCIA A LAS ESTRELLAS de Agustina González


Asombra, todavía, el silencio y el olvido que se cernieron tras su asesinato sobre una personalidad tan impactante y distinta. Pese a que su leyenda sigue formando parte de la mitología de una ciudad que en tiempos de Lorca alcanzó sus cimas de intensidad y desgarro, ni siquiera un final tan trágico como el del propio Federico ni el hecho de que el poeta se inspirara en ella para escribir La zapatera prodigiosa sirvieron para incluir a Agustina González en la nómina de genios de una generación cuya condena fue adelantarse décadas (o siglos) en su filosofía de vida y sus métodos.
Natural humanista y socialista convencida, defensora de una acción política que buscara únicamente el bien común por encima de intereses personales, detractora del belicismo y de la ineptitud de los políticos, lo que impulsaba a hablar a Agustina era la rebelión ante lo injusto asumido y lo absurdo normalizado. Siguiendo la corriente de sus pensamientos a lo largo de estos ensayos, que ella misma se encargaba de imprimir y vendía en el escaparate de su zapatería, descubrimos a una mujer honesta, fiel a sí misma, de una lucidez transparente, enemiga de la mentira y la hipocresía, sincera y valiente hasta las últimas consecuencias, a quien los juicios adversos no hicieron sino endurecerla y reforzarla en sus convicciones.
Crítica con el servilismo, la avaricia y la soberbia, dignificó a obreros y campesinos, se burló de señoritos ricos de vida holgazana y resuelta que despreciaban a las clases inferiores, ideó numerosos métodos para mejorar la vida diaria en las ciudades y para erradicar la ignorancia de las masas, denunció los peligros del fanatismo, enarboló el feminismo como una de las banderas más necesarias en la construcción de un país futuro con plena igualdad de derechos entre hombres y mujeres, concibió a Dios de modo panteísta y demostró, además de un inmenso apego a la vida, una imaginación y creatividad que el fascismo segó de raíz. Pero sus asesinos no consiguieron callar su voz, que hoy compartimos, ni enterrar sus ideas. Aquí están, recopiladas por primera vez, para que no vuelvan a caer jamás en el negro abismo del olvido.
Agustina nació en Granada el 4 de abril de 1891. Lectora voraz, inquieta y preocupada por el mundo que la rodea, desde niña confiaba encontrar en los libros las respuestas a las preguntas que la acechaban. Después de cursar sus estudios primarios en el Real Colegio de Santo Domingo de Granada, donde demostró también un inusitado interés por la astronomía y las ciencias, su familia valoró en asamblea si la adolescente podía o no leer cuanto deseaba, seguramente sospechando ya, o temiendo, que la chica despuntara intelectual y preguntona. La resolución fue favorable en parte, porque pese a que no se le prohibió del todo la lectura, sí se la sometió a una vigilancia estricta que causó en Agustina periodos de ansiedad y nerviosismo de los que intentaba escapar disfrazándose con las ropas de sus hermanos para caminar libre por las calles. Una natural predisposición a la curiosidad por las cosas del mundo le lleva a seguir leyendo a escondidas de sus hermanos, a interesarse por las ciencias, por la religión, por los debates políticos… La joven Agustina divaga, imagina, se recrea, rememora amoríos y cortejos de adolescencia, sueña con un futuro que nunca podrá ver. Juega con los roles de género y los tergiversa, se atreve a desafiarlos, a comprobar hasta qué punto nos condicionan y nos determinan

sábado, 11 de enero de 2020

EL ABRECARTAS de Vicente Molina Foix



Esta nueva novela de Vicente Molina Foix se halla tan impregnada de recuerdos y experiencias personales, tan nutrida de elementos cronísticos que resulta a veces problemático deslindar la ficción inventada de la realidad y sus diversos estratos de transformación artística. Si atendemos al fondo del asunto, nos hallamos una vez más ante la reconstrucción de una larga etapa de la historia española, entre 1929 y 1999, si bien la novedad más llamativa reside en el hecho de que la historia se erige fragmentariamente, a base de yuxtaponer casos concretos centrados en distintos personajes -activistas políticos, policías, delatores, cineastas, estudiantes, etc.- cuyas circunstancias se narran en una serie de cartas que diversos corresponsales se dirigen y cuyas informaciones permiten al lector recomponer sin demasiado esfuerzo las vidas evocadas y el entorno histórico y social en que transcurren.
Numerosas cartas y varios informes policiales forman el entramado verbal de El abrecartas. Personajes de ficción se mezclan con individuos reales, como Vicente Aleixandre o el cineasta Antonio Maenza, e incluso el autor aparece fugazmente mencionado, junto a algunos compañeros, en un par de ocasiones. Hay, pues, seres reales que actúan, que reciben y contestan cartas -como Aleixandre-, junto a personajes que a veces parecen encubrir a personas existentes y que invitarán tal vez a ciertos lectores a considerar El abrecartas como una novela en clave, de ésas cuyo principal aliciente suele ser el rastreo de las identidades que se ocultan bajo nombres ficticios, es decir, algo sin demasiado interés literario. Como obras en clave han sido leídas con frecuencia muchas obras, desde las églogas de Garcilaso o la Diana de Montemayor hasta Troteras y danzaderas, de Pérez de Ayala, o El Giocondo, de Francisco Umbral.
Al margen de todo ello, el riesgo que había en el planteamiento de El abrecartas tenía una doble vertiente: la proporción de los componentes y la variedad estilística. En cuanto a lo primero, hay que reconocer que existen numerosos desequilibrios entre unas y otras historias, tanto por su extensión como por su intensidad. La de Rafael González Sanahuja, o la de Alfonso Enríquez y Manuela, se hallan muy por encima del relato de las disidencias universitarias -que repite demasiado al Molina Foix de La quincena soviética– o de los episodios relativos a los jóvenes vanguardistas que narra Francis en sus cartas a Begoña, por interesante que sea la figura de Maenza, muy bien perfilada. En cuanto la novela de Molina se acerca decidida y abiertamente a la realidad sin apenas disfrazarla, sin trascenderla (como supo hacer Valle-Inclán, por ejemplo, en las novelas del Ruedo ibérico); en cuanto se reviste de crónica, en suma, se mantiene en la superficie e incluso cae en la trivialidad y en lo consabido. Alza el vuelo, en cambio, las pocas veces en que la ficción domina. Por otra parte, los epistológrafos son tan distintos por su edad, su formación y sus intereses, que sus cartas exigían un tratamiento literario más diferenciado. En cambio, su estilo es demasiado parecido. No basta apoyar la verosimilitud de cartas y escritos acudiendo a ciertos artificios externos, como las palabras tachadas o las apostillas manuscritas al margen. Destacan, por su rigurosa elaboración idiomática, los informes policiales, en los que, sin embargo, también se ha hecho uso de material ya existente. Así, la carta en que el gallego Douze se ofrece como delator (págs 59-60) reproduce con fidelidad un documento aireado hace años y atribuido a un conocidísimo escritor.


sábado, 4 de enero de 2020

EL COLOQUIO DE LAS PERRAS, de Luna Miguel



Recuperando el título de un pequeño cuento con el que la puertorriqueña Rosario Ferré analizó la misoginia literaria en los años 90, este 'El coloquio de las perras' pretende ser un homenaje a las escritoras hispanohablantes que sortearon todo tipo de obstáculos para hacer su literatura. Desde populares figuras como Elena Garro, Gabriela Mistral o Alejandra Pizarnik hasta otras más desconocidas como Alcira Soust Scaffo, Agustina González López o María Emilia Cornejo, la periodista y poeta Luna Miguel entabla una conversación llena de ladridos con una docena de mujeres, con la voluntad de que sus obras sean leídas y reivindicadas, y tal vez con la esperanza de que la egoísta y peligrosa raza del “escritor macho” quede de una vez por todas extinguida.
“El boom latinoamericano fue totalmente machista” aseguró la escritora chilena Alejandra Costamagna en una entrevista. No nos costará darle la razón si nos paramos a pensar en el desconocimiento profundo que tenemos de la literatura latinoamericana escrita por mujeres y producida durante todo el siglo XX. Tampoco sería descabellado decir que ese machismo es el que ha impregnado al mundo editorial español durante décadas, y que es solo ahora cuando por fin empezamos a leer, desprendiéndonos de prejuicios, a las autoras olvidadas de la Generación del 27 y precedentes. Recuperando el título de un pequeño cuento con el que la puertorriqueña Rosario Ferré analizó la misoginia literaria en los años noventa, El coloquio de las perras pretende ser un homenaje a las escritoras hispanohablantes que sortearon todo tipo de obstáculos para hacer su literatura. Desde populares figuras como Elena Garro, Gabriela Mistral o Alejandra Pizarnik hasta otras más desconocidas como Alcira Soust Scaffo, Agustina González López o María Emilia Cornejo, la periodista y poeta Luna Miguel entabla una conversación llena de ladridos con una docena de mujeres, con la voluntad de que sus obras sean leídas y reivindicadas, y tal vez con la esperanza de que la egoísta y peligrosa raza del “escritor macho” quede de una vez por todas extinguida.