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domingo, 25 de septiembre de 2016

LOS BAROJA de Julio Caro Baroja


Un prodigioso libro de memorias, que es a la vez un certero retrato de un país, la España de antes y después de la guerra; de una fascinante familia de intelectuales, escritores y artistas, los Baroja, y del itinerario vital e intelectual de su autor. Los Baroja se divide en dos partes, la primera, titulada Los personajes, se centra en la infancia del autor, y allí aparece un niño con unas dotes de observación dignas del mejor novelista; asoman prodigiosamente recreados los personajes familiares que lo envolvían, sus abuelos, sus padres -el editor Rafael Caro Raggio y Carmen Baroja- y sus ilustres tíos -el escritor Pío y el pintor Ricardo-;se describen los espacios en los que habitaba, el mundo rural y austero de Vera de Bidasoa y el agitado Madrid de la llegada de la República; y aparecen también las primeras lecturas que le abren a ese niño inquieto y curioso nuevos horizontes... La segunda parte, que cubre los años que van de 1936 a 1956, retrata la España desolada de la posguerra y la evolución profesional del autor, interesado por la antropología, el folclore, la historia y la lingüística, su interés por la inquisición y la brujería, sus viajes por África y América
En 1957, poco después de la muerte de su tío Pío, Julio Caro Baroja sufría una intensa crisis espiritual. Como consecuencia de la misma, comenzó a ver el mundo desde la sepultura. La soledad inundó su día a día y, con apenas cuarenta y tres años, se consideraba un hombre sin salud ni energía suficiente. Fue entonces, al sentir que tenía más personas queridas en el otro lado de la vida que en éste, cuando decidió escribir unas memorias. Con todo, catorce años después regresaría la obra para revisarla, cuando sus dos sobrinos le insuflaban cierta ilusión en el porvenir. Sin embargo, continuaba considerándose un ser humano con escasa vitalidad. Una caracterización que puede llamar poderosamente la atención a aquellos conocedores de la extensa obra de un intelectual a quien no se le escapó ninguno de los principales temas de nuestro pasado, desde los moriscos a los judíos, pasando por el sorprendente mundo de la brujería o la transgresión del carnaval. Sin olvidar tampoco sus numerosos y trascendentales trabajos sobre los vascos y su laberinto identitario, gestados desde la privilegiada mirada que le ofrecía Itzea, el caserón comprado por su tío Pío en el pueblo navarro de Vera del Bidasoa, donde acabó sus días en 1995. Y es que Caro Baroja fue un investigador incansable, disciplinado y racional, quizá debido a la frágil salud de la que tanto se quejó.

Sea la opinión que tengamos sobre el personaje, el regreso de este volumen a las mesas de novedades es la confirmación de que nos encontramos ante un importante clásico del memorialismo español. Los Baroja es una narración que trasciende lo personal y lo familiar y se convierte en un relato sencillo de toda una generación y una época. Por sus páginas circulan actores señalados de la vida intelectual española, pero también multitud de personas anónimas que vivieron entre la Segunda República y la posguerra. Además, el lector podrá acercarse mejor al temperamento y la personalidad de las dos divergentes líneas familiares del autor y los lugares por los que transcurrió su vida, donde se enfrenta el amor filial por Vera y sus constantes desencuentros con Madrid. En definitiva, son los recuerdos de un liberal que defendió y soñó que la conciencia individual fuese la base de la acción política y social. Un programa nada impreciso cuando una inmensa mayoría odiaba la libertad o, al menos, la ajena.

Como investigador concienzudo e interesado en la vida de muchos de los sujetos históricos sobre los que trabajó (no puedo dejar de señalar el delicioso El señor inquisidor y otras vidas por oficio), Caro Baroja llegó a asegurar en diversas ocasiones que la labor biográfica era una de las grandes tareas humanísticas. Releyendo este texto se tiene la firme convicción de que cualquier persona a cierta edad debería comenzar a escribir su autobiografía, a pesar de las posibles dificultades del empeño. Estas memorias son un imprescindible testimonio entre la vida y la muerte de una época decisiva en la que, como el propio Caro reconoce, todos sus protagonistas se hundieron en una charca.


sábado, 17 de septiembre de 2016

VOCES de Antonio Pochia



Porchia denominó “voces” a sus escritos señalando la radicalidad del habla: lo que se dice y se oye, no lo que se escribe. Nada de escritura ni, menos aún, de texto, aunque la etimología de esta palabra (“tejido”) tenga una nobleza oculta, a pesar de los abusos innobles de cierta crítica y de los mil y un profesores de teoría literaria. Sin embargo Porchia no tejió sino que lanzó sus voces al aire, consciente de su instantaneidad, de su respuesta al misterio del ahora. La cualidad de lo instantáneo no significa aquí negación de la complejidad y diversidad de lo temporal sino afirmación a través de ese punto del tiempo que, al decir ahora, dice siempre y nunca. La rueda del tiempo, cuya circular imagen es tan antigua como los orígenes del hinduismo, se apoya en un punto, siendo el resto intuición y deducción. Todos los siglos y milenios se apoyan siempre en el instante, en este “ahora” mío (el tuyo “ahora”) en que escribo. Porchia rumiaba sus voces, hasta que las llevaba al papel, penetrando en ese ahora que, curiosamente, salta el tiempo porque no está anclado en la historia. La reflexión, rozando a veces lo poético o el enigma, es radical, desciende o sube a la raíz (hay raíces aéreas), de ahí que en realidad se pueda situar a Porchia en cualquier lugar y, me atrevería a decir: en cualquier época. Hay escasa historia en este hombre que vivió en barrios populares y siempre rodeado de amigos pintores. Desde Roger Caillois –que lo descubrió no sólo para los franceses sino para muchos poetas cultos argentinos– la pregunta sobre el enigma Porchia se ha reiterado: fue ajeno a las letras en buena medida y sin embargo es autor de una obra memorable que fascinó, por citar sólo a algunos, a André Breton, Henry Miller, y de manera especial, a Alejandra Pizarnik y Roberto Juarroz. De hecho, si hay que pensar en un 
antecedente de la poesía de Juarroz, el primer nombre es el de Porchia. Él mismo –no muy dado a aceptar influencias de sus coetáneos– señaló su admiración y deuda.


sábado, 10 de septiembre de 2016

LOS RÍOS PROFUNDOS de José María Aeguedas



 Es la tercera novela del escritor peruano José María Arguedas. El título de la obra (en quechua Uku Mayu) alude a la profundidad de los ríos andinos, que nacen en la cima de la Cordillera de los Andes, pero a la vez se refiere a las sólidas y ancestrales raíces de la cultura andina, la que, según Arguedas, es la verdadera identidad nacional del Perú.
Publicada por la Editorial Losada en Buenos Aires en 1958, recibió en el Perú el Premio Nacional de Fomento a la Cultura «Ricardo Palma» (1959) y fue finalista en Estados Unidos del premio William Faulkner (1963). Desde entonces creció el interés de la crítica por la obra de Arguedas y en las décadas siguientes el libro se tradujo a varios idiomas.1
Según la crítica especializada, esta novela marcó el comienzo de la corriente neoindigenista, pues presentaba por primera vez una lectura del problema del indio desde una perspectiva más cercana. Fama que va a compartir con el escritor mexicano Juan Rulfo. La mayoría de los críticos coinciden en que esta novela es la obra maestra de Arguedas

La génesis de la novela sería el cuento «Warma kuyay» (que forma parte del libro de cuentos Agua, publicado en 1935), uno de cuyos personajes es el niño Ernesto, inconfundiblemente el mismo Ernesto de Los ríos profundos. Un texto de Arguedas que apareció publicado en 1948 bajo la forma de relato autobiográfico (Las Moradas, vol. II, Nº 4, Lima, abril de 1948, pp. 53-59), conformaría después el segundo capítulo de la novela bajo el título de «Los viajes». En 1950 Arguedas anunció en el ensayo «La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú» la existencia del proyecto de la novela. El impulso para completar su composición surgió años después, por el año 1956, cuando realizaba un trabajo etnográfico de campo en el valle del Mantaro. No paró entonces hasta verlo concluido. Algunos textos de estudio etnográfico fueron adheridos al relato, como la explicación etimológica del zumbayllu o trompo mágico.

La novela narra el proceso de maduración de Ernesto, un muchacho de 14 años quien debe enfrentar a las injusticias del mundo adulto del que empieza a formar parte y en el que debe elegir un camino. El relato empieza en el Cuzco, ciudad a la que arriban Ernesto y su padre, Gabriel, un abogado itinerante, en busca de un pariente rico denominadoEl Viejo, con el propósito de solicitarle trabajo y amparo. Pero no tienen éxito. Entonces reemprenden sus andanzas a lo largo de muchas ciudades y pueblos del sur peruano. En Abancay, Ernesto es matriculado como interno en un colegio religioso mientras su padre continúa sus viajes en busca de trabajo. Ernesto tendrá entonces que convivir con los alumnos del internado que son un microcosmos de la sociedad peruana y donde priman normas crueles y violentas. Más adelante, ya fuera de los límites del colegio, el amotinamiento de un grupo de chicheras exigiendo el reparto de la sal, y la entrada en masa de los colonos o campesinos indios a la ciudad que venían a pedir una misa para las víctimas de la epidemia de tifo, originará en Ernesto una profunda toma de conciencia: elegirá los valores de la liberación en vez de la seguridad económica. Con ello culmina una fase de su proceso de aprendizaje. La novela finaliza cuando Ernesto abandona Abancay y se dirige a una hacienda de propiedad de «El Viejo», situada en el valle del Apurímac, a la espera del retorno de su padre.


domingo, 4 de septiembre de 2016

FARÁNDULA de Marta Sanz


Valeria Falcón es una actriz de cierta notoriedad que cada jueves visita a una vieja gloria del teatro, Ana Urrutia. La Urrutia padece el síndrome de Diógenes y no tiene dónde caerse muerta. Su ocaso se solapa con la eclosión de un capullo en flor, Natalia de Miguel, una joven aspirante que enamora al cínico Lorenzo Lucas, álter ego de Addison DeWitt. Nadie tendrá derecho a destrozar la felicidad de Natalia de Miguel, una chica muy delgada que en pantalla da gordita. Por su parte, el ganador de la copa Volpi, Daniel Valls, confronta su éxito, su dinero y su glamour con la posibilidad de su compromiso político. A menudo llega a una conclusión: «Soy un débil mental.» Charlotte Saint-Clair, su esposa, lo cuida como una geisha y odia a Valeria, gran amiga de Daniel. Un ictus, el montaje teatral de Eva al desnudo y la firma de un manifiesto descubrirán al lector: Una historia sobre el miedo a perder un sitio. El sitio. Sobre la resistencia a la metamorfosis y la conveniencia –o no– de la metamorfosis. Sobre qué significa hoy ser reaccionario. Sobre los cambios de lenguaje que reflejan cambios en el mundo. Y sobre los cambios de lenguaje que no reflejan nada. Sobre las pompas de jabón, el desprestigio de la cultura y la posibilidad del arte de intervenir en la realidad. Sobre la devaluación de la imagen pública del artista. Y su precariedad. Sobre la contradicción entre glamour y compromiso. Sobre el público. Sobre el relevo generacional y el envejecimiento. Sobre la escritura como acto de mezquindad. Sobre los actores ricos que firman manifiestos y los actores pobres que no firman nada porque nadie los tiene en cuenta. Sobre la paradoja de que sólo cuando alguien es anónimo empieza a servir para algo en su comunidad. Sobre la caridad como mal y las galas de beneficencia como bucle reproductor de la injusticia. Sobre la predicación con el ejemplo. Sobre si se puede luchar contra el sistema desde el sistema. Sobre Angelina Jolie. Sobre la mise en abyme del teatro y el cine dentro del cine. Sobre la diferencia que existe entre decir «Es gente» o «Somos gente». Sobre el plural, el singular y la utilidad de la escritura. Marta Sanz no se parece a ningún otro escritor de este país. Utiliza la risa como herramienta de diagnóstico. Un texto borde, divertido, triste, puntiagudo, urgente. Es farándula.