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domingo, 27 de diciembre de 2015

MIRA POR DÓNDE de Fernando Savater




Aunque su autor la llame "razonada", esta autobiografía de Fernando Savater tiene mucho cuerpo. Las 54 fotos del álbum final (en realidad 55 si contamos la del filósofo entero, con cazadora abierta y sonrisa abrigada, que inicia esas páginas finales) le muestran, desde la infancia a la madurez, acompañado y solo, en bañador o casaca militar, como persona que fue creciendo y ampliándose, hasta alcanzar en algunos momentos de su vida un sobrepeso específico. Pero no me refiero a tal forma de corporalidad. Savater introduce frecuentemente —para meterse con él sin piedad— el motivo de su físico, y "desde que la preocupación del cuerpo interviene, hay que temer una infiltración cómica", escribió Henri Bergson. Mira por dónde abunda en infiltraciones cómicas, sin duda porque su autor, aun relatando episodios graves y desdichados, mantiene el "tipo" humorístico. "Los héroes de tragedia no beben, no comen, no se calientan. Incluso, mientras es posible, no se sientan. Sentarse en medio de una perorata sería acordarse de que se tiene un cuerpo", añade Bergson en otro pasaje de La risa. Savater, reacio a ostentar el cuño del heroísmo, es, en todo caso, un héroe con el espíritu de la comedia: comilón, bebedor, sesteador, fumador de habanos y muy volcado siempre al acto de sentarse. A escribir.
     Gran aficionado al
 thriller y a las novelas de espías, Savater se da a sí mismo el gusto de presentarse como un "infiltrado" en el mundo académico, un simple temporero del pensamiento —o periodista de la filosofía—, y "por eso sólo escribo para niños o para ignorantes, para cómplices modestos y devotos con quienes conecto porque comprendo su perplejidad, su confusión; y las comparto". La tendencia a quitarse méritos es un síntoma de la verdadera importancia, pero el lector de este libro hará bien —sin privarse de reír en los muchos momentos de ocurrencia verbal, mordacidad y burla que se le ofrecen— separando lo que es exagerado humor autoflagelatorio de lo que es verdad. Y la verdad de la obra de Savater supera en mucho esa modesta proposición que él postula para sus libros. No dudo de su sinceridad al afirmar en el prólogo de Mira por dónde que "he escrito y pensado para vivir mejor, a tientas [...] me fastidiaría segregar perennidad no siendo perenne; que lo que he hecho durase más de lo que soy". Quienes fueron o son alumnos y amigos de Fernando han disfrutado, en efecto, de un estimulante y generoso mode d'emploi vital hecho a la pequeña medida humana de "ese" hombre o "aquella" mujer. Pero —siento contradecirle— hay al menos diez o doce títulos del escritor Savater que serán duraderamente criaturas de un aire que el tiempo no disipará, haciendo que personas que nunca oyeron su risa de alto volumen, ni le vieron mover la cabeza en círculos llenos de ideas, ni supieron de su diario valor civil, rían y piensen y actúen con más entereza gracias a él.
     En la autobiografía aparecen, según los avatares, distintos "savateres";
 Mira por dónde encara con una descarada libertad el género memorialista. Están el polemista, el retratista, el hijo (más que el padre), el admirador, el amante, aunque en ese apartado Savater elude nombres y situaciones, temiendo, dice galantemente, incurrir en la provocación, la jactancia o el daño ajeno. Aun así, la mercurialidad "savaterina" brilla incandescente, siempre bajo la luz del humor, como cuando, al hablar del buen influjo de sus amantes, escribe lo siguiente: "Y me regocijo de haber desertado a ratos de la sutileza sentimental para preguntar a un amable compañero o compañera, con la confidencia de cerdo a cerdo de la piara epicúrea: '¿Hozas, vida?'".
     También sabíamos, sus lectores, que Savater domina —endiabladamente— el equilibrio entre la ironía y el
 pathos, pero en este libro hay dos bellísimos pasajes que alcanzan un grado de emoción tal vez nueva en su obra. Me refiero en primer lugar al penúltimo capítulo, el 40, una declaración de amor a la mujer con quien comparte desde hace años su vida, en la que la pasión no le corta el ingenio: "Te amo como al Concorde a punto de despegar, como a una película de Hitchcock [...] como a Dancing Brave cuando no ganó el Derby por un error de su jinete [...] como a un habano robusto y perfecto, como a la noche en que me sentí arrebatado a amarte." El segundo fue el origen de Mira por dónde, una carta sin destinatario escrita a su madre, enferma del mal de Alzheimer; ocho páginas de confesión en voz alta que, por encima del tributo a la figura querida y fundamental, constituyen el vivísimo, elocuente retrato de una mujer que se sienten ganas de haber conocido en su plenitud.
     Savater ha dejado últimamente de escribir novela (aunque se revela todavía tentado por el teatro), pero numerosas páginas de
 Mira por dónde confirman un poderoso talento narrativo para crear peripecias y personajes memorables. ¿Personajes? Se trata, naturalmente, de personas reales, casi todas muy conocidas, pero el autor las pinta con tal agudeza, con tanto colorido, que corremos el riesgo de pensar que las malicias de Bergamín están mejoradas por nuestro gran malicioso, o que Cioran, como durante unos años se creyó en los círculos (habitualmente mal informados) de la cultura universitaria española, fue una invención del joven y algo nihilista profesor de filosofía. Disfruté mucho con la semblanza, breve pero jugosa, de Juan García Hortelano, ese impenitente hombre de izquierdas pero también incorregible zumbón exclamando, en la noche de las primeras elecciones democráticas españolas: "¡Ganan los nuestros! Dentro de dos horas, nos encontramos en el mostrador de Iberia para vuelos internacionales..." Son igualmente llamativos el apunte emparejado de Cabrera Infante y Miriam Gómez, la instantánea de Lévi-Strauss y el detenido perfil de Agustín García Calvo, y demoledora la viñeta sobre el arzobispo de San Sebastián José María Setién, captado por el ojo atento de nuestro filósofo en un gesto de sectarismo y orgullo nada evangélicos.
     A escala personal siento que Savater no evoque, por ejemplo, a Juan Benet, con quien tuvo una natural sintonía amistosa, aunque sospecho que la timidez de ambos les impidió hacerse cumplidos literarios; me consta que la admiración de Benet por los ensayos de Savater era grande. El encendido pero nada zalamero retrato de Octavio Paz, que ocupa la extensa primera parte del capítulo 37, se cierra con un conmovedor episodio maravillosamente contado: la caricia que su mujer, Marie-Jo, le hace al poeta, ya gravemente devastado por la enfermedad, mientras dice al amigo (Fernando) que les visita en su casa de Coyoacán: "Mira qué pelo más bonito tiene todavía."
     Uno de los rasgos más encantadores y originales del libro es su modestia, que tiene el sonido de lo sincero. Savater se dice idólatra, y para demostrarlo hace el recuento de los fetiches, juguetes, fotos y monstruitos diversos que le acompañan en sus casas de Madrid y San Sebastián, donde mucha gente pagaría gustosa cualquier precio por la visita guiada. A mí, con todo, la idolatría suya que más me atrae es la que expresa, vehemente, por sus modelos literarios; como es sabido, en el mundo intelectual más que idólatras se dan iconoclastas, siempre con el mazo a punto de golpear reputaciones y obras. Y que un maestro como Savater —por mucho que le chinche el sustantivo pedagógico— se afirme en el aprendizaje de los que admira resulta insólito y saludable (aunque manifiesta, tal vez para recordarnos que también él es demasiado humano, alguna perversión en el gusto, como al elogiar, nada menos que al lado de Céline y Thomas Bernhard, a ese gran
 poseur y charlatán del escarnio que es Fernando Vallejo).
     Hay en el libro una corriente melancólica que ni siquiera el optimista puede esconder. ¿Pero acaso la autobiografía no es el refugio de los desolados? Cualquier vida que supere los cincuenta años ha de habituarse a la privación y el abandono, y la memoria larga se transforma en guardiana de los amados objetos perdidos. Savater cumple espléndidamente la tarea que Chateaubriand, agobiado por la idea de ser "el único hombre en el mundo que sabe que esas personas han existido", se imponía en sus
 Memorias de ultratumba: recordar a los innominados de la muerte. Es un rasgo, por lo demás, no sólo generoso sino infantil, como infantiles son tantas de las diabluras y deseos de este libro. El niño se resiste a perder sus frágiles posesiones, y, como esa anciana insensata que vaga por la residencia geriátrica donde el autor visita a su madre, a todas horas dice "¿Y lo mío, lo mío, lo mío?". Lo de Savater es la antítesis de la madurez, de la "forma" en el sentido de restricción del yo informal que Gombrowicz daba al término, y así lo aclara en el capítulo 15 de Mira por dónde contando que cuando de niño le preguntaban qué quería ser de mayor respondía: "¡Pequeño!". Las cosas de la vida adulta, sigue diciendo, le intrigaban entonces o le turbaban, "pero ninguna me parecía 'envidiable'. Constato que sigo pensando igual, ya desveladas las intrigas y desvanecidas las turbaciones".
     A algunos lectores les puede resultar discordante o frívolo que la persona valiosa, involuntariamente modélica, políticamente referencial de este gran escritor busque tan a menudo refugio en la cálida pequeñez de una minoría de edad espiritual. Pero tengámoslo en cuenta: Baudelaire, muy bien leído por Savater, señaló que "el genio es la infancia recuperada a voluntad".



domingo, 20 de diciembre de 2015

HOMBRES DESNUDOSS de Alicia Giménez Bartlett



Hay un momento en que el taladro rompe la pared, y el joven profesor de literatura es despedido del colegio de monjas, y la empresaria modelo y perfecta casada ve cómo su fábrica se derrumba y su marido la deja: la economía va mal. El novelista de crímenes Jean-Patrick Manchette consideraba a la novela negra parte del realismo crítico, pero ahora el realismo crítico en general se vuelve novela negra. En la novela negra, según Manchette, no cabe otro personaje positivo que el detective, y en Hombres desnudos, de Alicia Giménez Bartlett, no hay detective, no está la comisaria Petra Delicado, aunque quizá haya crímenes: la quiebra económica se ha convertido en un estado de ánimo de inevitable siniestro total.
Javier, el profesor, cambia el aula por la cola del paro, el club de estriptis, el servicio sexual para señoras. “¿Qué es esto, La metamorfosis de Kafka? Un día te levantas y en vez de tener al lado a tu pareja tienes un bicho”, dice su novia. Eso es el paro: todos empiezan a ver con otros ojos al desempleado, incluso él mismo, en peligro de demolición como el cesante de Galdós en Miau. La millonaria en dificultades, Irene, lo que no le perdonará al marido-rata no es que huya del barco con una rata mucho más joven que ella: “Seré incapaz de perdonarle que haya hecho de mí otra mujer”. Porque un matrimonio disuelto significa que quien parecía equilibrado es todo lo contrario. Irene se transforma en otra: descubre a los chicos de alterne.

Alicia Giménez Barlett ha mezclado en un tubo de ensayo el caso del profesor despedido y el caso de la mujer abandonada, y ha añadido un reactivo: el crash económico. Lo que parecían vidas o líneas paralelas se revelan líneas convergentes que juntarán dos intermediarios, dos ángeles: un imprevisto amigo de Javier, Iván, con nombre de zar terrible, sensibilidad de bajos fondos e inteligencia y humor en estado bruto, que no entiende los remordimientos desesperados del estudiante asesino de Crimen y castigo y piensa que la dignidad es cuestión de dinero, no de trabajo; y Genoveva, cincuentona princesa de la diversión, “mujer sin ataduras” que plantó a su marido por “un chaval carne de gimnasio, guapo, joven y cutre”. Iván el pobre y Genoveva la rica comparten un modismo: “Siempre he ido a mi bola”.
Hombres desnudos fluye sobre cuatro conciencias que se cruzan, antagónicas entre sí, en primera persona, mientras la autora permanece a un lado, espectadora imparcial y sonriente de la comedia que está montando: si el cuadro de costumbres se ennegrece, el humor ilumina la negrura hasta que la violencia soterrada irrumpe como fulminantes pasos de danza. El profesor estríper ve a la millonaria “perturbada, la persona más desagradable, arisca como una alimaña”, pero añade: “Me gusta y sé que puede ser fatal como un veneno”. La millonaria fatal, Irene, corrige al profesor de literatura a propósito de La Celestina: no son el sexo y el deseo lo importante, sino las diferencias sociales entre los nobles amantes y la chusma, que usa la pasión como arma para aprovecharse de los poderosos. “La relación con Javier es como un experimento sociológico (…). Me hallo instalada en el exceso, en la anarquía. Soy feliz así”, dice en su soberanía, como si fuera discípula de Georges Bataille.


domingo, 13 de diciembre de 2015

EN EL ÚLTIMO AZUL de Carme Riera



PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS 2015
«Una espléndida novela histórica llena de intrigas, pasiones y ruindades, y una metáfora de la intransigencia de nuestra época.»
Crónica 16
El 7 de marzo de 1687, un grupo de judíos conversos mallorquines, temiendo ser detenidos por la Inquisición, decidieron embarcarse rumbo a tierras de libertad. El mal tiempo frustró su huida, fueron apresados y, finalmente, treinta y siete de ellos condenados a la hoguera en cuatro Autos de Fe, en la primavera de 1691.
En el último azul, Premio Nacional de Narrativa, recrea cómo vivieron y murieron los criptojudíos mallorquines del siglo XVII, en un mundo en el que se entrecruzan inquisidores, aristócratas, comerciantes, campesinos, bandoleros o mujeres venales, ofreciendo un amplio mosaico de acontecimientos, en cuya trama el lector queda atrapado desde las primeras páginas.
La crítica ha dicho...
«En el último azul es una excelente novela que permitirá al lector amante de lo literario descubrir un filón de placer... Cuando en una novela el lector no puede casi levantar sus ojos de ella, aferrado al desarrollo de una densa trama, enganchado al primoroso destilar de su intriga y necesitado de llegar a un ansiado final apenas queda otras cosa que descubrirse ante su autor.»
Ramón Acín, Heraldo de Aragón
«En el último azul está a la altura de las mejores novelas: por su ambición, por el rigor y la riqueza lingüística, por la habilidad para barajar invención y tradición y por dotar de un pensamiento actual a una novela histórica, sin que pierda por ello el sabor de época.»
Fernando Valls, El Mundo
«En el último azul es una ajustada y bien construida novela contra los horrores de la intolerancia.»
Miguel García-Posada, El País


domingo, 6 de diciembre de 2015

LA INVENCIÓN DEL AMOR de José Ovejero



La invención del amor transcurre en Madrid y relata la historia de Samuel, soltero de 40 años, que es socio de una empresa de materiales de construcción, que se enamora de una mujer que ha muerto. A partir de ahí empieza a reinventar su vida. Esa búsqueda del amor lo lleva a salir de sí mismo y a asomarse al mundo real de la España actual. Según la editorial, "es una novela con solteros y crisis que crece y se ramifica, a partir de la curiosidad por lo inmediato, llegando a tocar el misterio. El narrador protagonista nos hace cómplices hablándonos directamente sobre la soledad, el amor y la capacidad para reinventarse y autoengañarse". Un relato generacional tanto en lo sentimental como social.

Desde su terraza, Samuel observa el trajín cotidiano como quien está de vuelta sin haber llegado a nada. Él es una persona que no se compromete con nada ni con nadie. Una madrugada, alguien le anuncia por teléfono que Clara ha muerto en un accidente. Aunque Samuel no conoce a ninguna Clara, decide asistir a su funeral, empujado por una mezcla de curiosidad y aburrimiento. Fascinado por la posibilidad de suplantar a la persona con la que lo confunden Samuel se inventa una relación con Clara para Carina, la hermana de ésta, y entra en un juego del que va perdiendo poco a poco el control; al poco tiempo no tiene nada claro si el amor que está inventando lo va a salvar o a acabar de hundirlo. Una novela que combina la intriga del thriller con la inmediatez del reportaje. Narrada en primera persona, a través de una voz cercana, inquisitiva e irónica, el protagonista va desvelando las imposturas del amor y al mismo tiempo su absoluta necesidad.
una novela con solteros y crisis que crece y se ramifica, a partir de la curiosidad por lo inmediato, llegando a tocar el misterio. El narrador protagonista nos hace cómplices hablándonos directamente sobre la soledad, el amor y la capacidad para reinventarse y autoengañarse. Con elementos del thriller clásico, se trata de un libro romántico pero muy pegado a la calle, un relato generacional ubicado en Madrid.