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viernes, 4 de octubre de 2024

ROPA DE CASA de Ignacio Martínez de Pisón

 


En una profesión de egos XL, la primera virtud de Ignacio Martínez de Pisón (1960) es la ausencia de fatuidad al contar su infancia y juventud y su honestidad al relatar su incorporación como novelista a la cultura de la Transición que se configuró durante los ochenta. Es la humildad como virtud ética y como rasgo definitorio de la autenticidad de su narrador autobiográfico, incluso de su prosa siempre civilizada. “La mía ha sido una vida pequeña”. Pisón explica su peripecia sincronizada con la evolución del país. Nada parece extraordinario, él como tantos. De alguna manera, sin atisbo de automitificación, el autor de las excelentes Enterrar a los muertos o Castillos de fuego se presenta en Ropa de casa como un hijo de su tiempo, que es el de la transformación modernizadora de España para dejar de ser un país atrasado. “Vivíamos en un mundo viejo, pero el futuro estaba a la vuelta de la esquina”, dice de sus primeros años en Logroño. El piso en Zaragoza también revela la llegada de los nuevos tiempos. Se instalaron en “una calle de nueva construcción, con edificios de doce o catorce pisos, lo más parecido a un rascacielos que había en la ciudad”.

Tenía que crecer como persona para poder crecer como escritor”. Los capítulos finales de estas memorias, al describir algunos viajes o la estancia de unos escritores maños en su piso, ya evidencian que descubriría cómo contar la vivido para que fuese literatura. Su relato acaba en 1992. “Habíamos pasado de ser hijos a ser padres, y ahora dejábamos de ser inquilinos para ser propietarios”. Acababa la juventud y un período de la historia de este país.