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domingo, 8 de febrero de 2015

NOCTURNO DE CHILE de Roberto Bolaño



                Sebastián Urrutia Lacroix, sacerdote del Opus Dei, crítico literario y poeta mediocre, revisa su vida en una noche de fiebre alta en la que cree que va a morir. Y en su delirio febril van apareciendo Jünger y un pintor guatemalteco que se deja morir de inanición en el París de 1943, un Pinochet al que el protagonista da clases de marxismo, el ya anciano pope de la crítica nacional, una misteriosa mujer en cuya casa se reúne lo más granado de la literatura chilena& , todo ello mientras en las calles de Santiago impera el toque de queda. Una novela escalofriante, imprescindible.
                El viejo Sebastián Urrutia Lacroix, un sacerdote que ama la literatura (que ama zaherirla, todo hay que decirlo, puesto que su amor es el del enfermo y el de la crítica), agonizante y viéndose morir, hace examen de conciencia y escribe algo parecido a unas memorias apoyado en un codo. En realidad se trata de una serie de pinceladas en donde destaca quizás lo más significativo de su turbulento pasado: el que va ligado a la comunión del arte y la represión en un dualismo irreconciliable y, no obstante, necesitados el uno del otro (por cuanto toda supervivencia necesita de antagónicos).
                Uno se enfrenta a Nocturno de Chile con algo de reverencia, la cerviz ligeramente inclinada y los ojos mirando al suelo. También con la neblina que empantana la mirada, porque a estas alturas se sabe que Roberto Bolaño era un depredador del sueño, de los demonios que acechan lo más profundo del alma. En realidad era poeta, y con esto me ahorro muchas palabras.

               Nocturno de Chile es ante todo la punta de un iceberg en donde todo queda oculto, pero cuyo tamaño real se sospecha colosal, como si tras las palabras que componen el texto hubiera una fuerza desconocida que tuviera vida propia y que transformara cada nueva lectura en algo diferente y cada vez más aterrador.


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