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sábado, 18 de noviembre de 2023

LAS ESTACIONES PROVINCIALES de Luís Mateo Díez

 


La primera novela de un narrador extraordinario, convencido del compromiso de la ficción y la vida, de la conciencia y los sentimientos: Luis Mateo Díez, último Premio Cervantes.

Marcos Parra es el héroe perdido de unos tiempos tan perdidos como malbaratados. Un heroe del fracaso en la línea de los grandes personajes de su autor, más zascandil de lo que debiera, menos donjuán de lo que quisiera. Un vividor, entrañable y voluntarioso, que no se resigna al ordeno y mando que marca los designios de una realidad secuestrada.

Estamos en la España de los años cincuenta en una ciudad de provincias. Y la vida, en el ir y venir de este personaje inolvidable, corre como un rumor por las calles y plazas, bares, despachos, domicilios, afueras y poblados, en los encuentros y desencuentros de una arriesgada investigación cuyo secreto Marcos Parra intenta esclarecer.

Una trama cercana a la crónica de sucesos sostiene la intensidad de este retrato en sepia que recupera un clima verbal de inusitada expresividad, un patrimonio de palabras y voces que reconstruyen ese tiempo desolado, haciendo resonar la atmósfera de una ciudad en sus estaciones documentales y simbólicas, los laberintos de una memoria no tan lejana.

La peripecia de Marcos Parra, que quien haya leído ‘Las estaciones provinciales’, para mí la mejor novela de Luis Mateo Díez y eso es decir mucho, le lleva a recorrer la ciudad ‘raposa’ y cainita que León continúa siendo pero que en la posguerra estaba llena, además, de miedo, de silencios y de amenazas clandestinas. Y en ese recorrido desentrañará poco a poco y sin querer las oscuras tramas de poder, las miserias de la política provincial, las vidas atrabiliarias y llenas de claroscuros de los vecinos de una ciudad sumida en la postración y aplastada por la Dictadura. Solamente Marcos Parra y sus amigos, bohemios a contrapelo, seres disparatados y obtusos, personajes de una ciudad sumergida que sobreviven a base de darle la vuelta a todo y de reírse de sus propios males, se salvan de la mediocridad ambiente y de la atmósfera de opresión que envuelve a la sociedad a la que pertenecen y con la que se ven obligados a vivir.





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