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sábado, 16 de diciembre de 2023

YO, QUE FUI UN PERRO de Antonio Soler

 


Casi 300 páginas de trabajado monólogo del acosador “autojustificado”; es decir, con todos los matices y tonos sutiles de la escritura a veces naíf de un jovencísimo maltratador que se ve con el poder de armar en prosa su propia versión: la escritura de su diario íntimo. Los fragmentos de este diario que a veces el autor tacha, arrepentido, combinan el análisis de su distancia social (“mirando a los vivos como si fueran muertos”) con la falsificación embellecedora con que uno mira su propia vida; por ejemplo, cuando se compara con otro joven atractivo porque “caminaba solo, con todo a su espalda”. Asimismo, su perorata oscila entre la agresividad y el victimismo, la dominación y el cuidado: Carlos presiona y manipula a Yolanda hasta que puede compadecerse de ella, protegerla incluso de sí mismo. Es entonces cuando le concede “también el derecho a ser feliz y a tener placeres”. No obstante, el narrador no soporta la visión de este placer. Yoli podría pertenecer a otro: incluso a ese otro que es él mismo desdoblado cuando ella alcanza el orgasmo; y él por su parte, con arrepentimiento, ya se ha corrido sin que ella lo sepa. Carlos narra su escisión, empezando por su aislamiento de los demás, entendidos como cosas: “A veces pienso que la gente no existe si no la veo”, escribe. Y es esta fisura de la libertad del otro, acompañada de una arraigada vergüenza social (la culpa del pobre), lo que desencadena su resentimiento.




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