¿Unas memorias? ¿Un dietario? ¿Un libro de viajes? ¿Un ensayo
sobre la literatura y el mundillo literario? ¿Una crónica de la literatura
española entre los siglos XX y XXI? ¿Una novela social? ¿Una carta de suicidio?
Más bien un exorcismo, ya que no por casualidad arranca con una
invocación al padre Karras de El
exorcista. Dice la autora, acaso poseída: «Soy una escritora que
pide un ascenso y ya es demasiado vieja para ascender. Soy una escritora que no
cree −para nada− en la autonomía del campo cultural. Soy una escritora, en
medio de la selva, que se abre camino entre la vegetación con un machetito
mellado». Y asegura: «Escribo un libro para salvarme de los libros y sus
repliegues laterales. Sus turbulencias y su moho. Su copyright. Para recuperar
una pureza que solo me haga pensar en que Confucio es el padre de la confución y enunciar
grandes palabras que trascienden lo local para transformarse en asunto humano,
demasiado humano [...]. Una literatura sin la mugre de la envidia o la
negociación del anticipo. Sin portadas ni listas de notables en los suplementos
literarios».
El libro sobre un imposible. Sobre cómo todo lo que hay fuera
está dentro y lo íntimo termina siendo político. El mercado en el estilo y el
estilo que se cuela entre las rendijas de la realidad. Sanz −nieta de un
mecánico melómano− cuenta ese tránsito y esa violencia con nervio y amor por la
escritura. En estas páginas, que son un cajón de sastre o de sastra, cabe la
reflexión sobre el oficio de escribir, con sus ferias (del libro y de las
vanidades), las lecturas de la infancia y las de la madurez, los encuentros
(singulares) con estrellas de relumbrón como Irvine Welsh, James Ellroy y Annie
Ernaux, los encuentros (más normales) con colegas como Pilar Adón, Luisgé
Martín, Almudena Grandes
Tiene el lector en sus manos un ejercicio literario libérrimo,
batallador, rebosante de reflexiones sagaces y de un gozoso sentido del humor.
He aquí condensada la vida (y milagros), el cuerpo, de una escritora perpleja
ante la realidad y empeñada en seguir tomando la palabra. Con resentimiento y
gratitud hacia nosotros, lectores, que la esperamos a este otro lado.
«Marta Sanz se distingue en nuestra narrativa por cargar de
acento personal cuanto escribe» (J. M. Pozuelo Yvancos, ABC).
«Enemiga de los tópicos y del falso pudor» (J. A. Masoliver
Ródenas, La Vanguardia).
«En ella las persianas metálicas que bajan de golpe son algo más
que la banda sonora de un mundo falso. Marta Sanz cada vez afina con mayor
excelencia el difícil acorde entre ética y estética» (Domingo Ródenas de
Moya, Babelia).
«Deben leer con toda urgencia a Marta Sanz» (Jesús Ferrer, La Razón).
«Quiero para mí el enervante afán, la valentía de ir a fondo que
solo tienen los autores bestiales como ella» (Leila Guerriero, El País).