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domingo, 1 de mayo de 2016

MORTAL Y ROSA de Francisco Umbral


«A la mierda con Freud», escribe en el primer párrafo. Un poco más adelante mandará a la mierda a Breton. Pero además de estos desaires, Umbral rompe con la estructura convencional de la novela. Los poemas asoman en varias ocasiones entre el discurso lírico. O se convierten en prosa, la prosa poética que tanto admiraba de Juan Ramón Jiménez. Umbral se mueve con gracia y agilidad en la frontera de los géneros. Por momentos, como lector, me parece que estoy dentro de un diario sin fechar. En otras ocasiones, que me deslizo por unas memorias, o por un ensayo fragmentario y ontológico. Otras veces, en cambio, lo leo como una novela en la que un padre dialoga con su hijo y el mundo, en tono melancólico y agorero: «Cómo corrió el niño, cómo cantó, cómo jugó, cómo le veía yo sobre el fondo irreal y preciso del cementerio, en la fiesta pobre, buscando camino entre los escombros, flores entre las piedras, piedras entre las flores. Un cielo morado que de repente se hizo nocturno, y el alivio vago que sentí al tomar al niño de la mano y volver con él a la ciudad, rescatándole de no sé qué lejanías de muertos y campos». Dan ganas de preguntarle al escritor qué hace con su hijo en el cementerio habiendo parques en la ciudad. Pero el escritor, siempre inteligente, sólo hace un guiño a lo que está por llegar.

En este bastardeo, la intimidad se metamorfosea con la experiencia del hombre contemporáneo. La huella poética con la filosófica. En Mortal y rosa, además de Juan Ramón Jiménez, Umbral dialoga con Vallejo, Guillén, Salinas y Lorca. Con Ortega y Baroja —al que detestaba—, con Unamuno y Gómez de la Serna. Con Valle-Inclán y con Neruda —el poeta que lo hizo escritor—, entre otros. Aunque más que una conversación, es un monólogo que acoge voces, casi todas poéticas. El peso de la poesía en la formación del escritor es clara. Como consecuencia, Mortal y rosa es un libro de un lirismo donde la alta poesía se mezcla con lo reflexivo y lo cotidiano: «Éramos líricos y blancos, dos almas esbeltas en una primavera de papel —recuerda—, y ahora la vida nos ha reunido, abrasados ya de días, sazonados de muerte. Éramos aquellos que acrecentaban la luz y, un día, uno de esos días que transcurren en sombra, la vida nos reunió». El estilo es su navaja perfecta. Un estilo que siempre ha tenido dos lecturas. Muchos lo han alabado, otros tantos lo han denostado. «Literatura de sonajero», lo llamó Juan Marsé. Un artista con el carácter de Umbral no estaba hecho para salir a la calle con una prosa gris y funcionarial. El estilo es fondo y forma. La manera en la que el escritor se pasea por la vida.


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