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domingo, 16 de septiembre de 2018

EL HOMBRE BICOLOR de Javier Tomeo


El hombre bicolor narra la extraña aventura de Hermógenes W., quien una mañana de finales del siglo XIX aterriza en una pequeña ciudad para reclamar el pago de los impuestos correspondientes. De su éxito depende el que deje de ser un oficial de segunda para convertirse en todo un Inspector del cuerpo de recaudadores. Sin embargo, lo que encuentra a su llegada es una ciudad extrañamente vacía, como si todos su habitantes acabaran de abandonarla a marchas forzadas ante la amenaza de una plaga. A partir de aquí, todo lo que puede hacer es mantener la calma mientras espera que sus víctimas recuperen la normalidad de sus vidas. Se instala en un hotel frente a la plaza principal, alrededor de la cual dos perros de raza desconocida atestiguan su fantasmagórica presencia mediante ladridos trasnochados y donde las hojas de los árboles no responden con su movimiento a la dirección del viento. Desde lo alto de una colina situada fuera de los límites marcados por esa muralla medieval que cubre la ciudad, le contempla silencioso un castillo vampírico. Todo lo que rodea a Hermógenes inspira una creciente desolación y una amenaza latente: que se pervierta el  orden del universo hasta convertir la soledad en algo inevitable… y la identidad en algo improbable.  
Esta novela de apenas ciento diez páginas tiene la inusitada virtud trasladarnos a un mundo bastante parecido al nuestro. En él conviven el ciudadano satisfecho de su convencionalidad, el protestatario con ánimo de revertir la proporción de poderes –el subconsciente de Hermógenes–, y el político dispuesto a adulterar la baraja para repartir las mejores cartas allí donde los beneficios parecen más evidentes –una presencia fantasmal que se intuye a lo largo de toda la novela. Queda claro desde un principio que el protagonista no sabe a cuál de sus identidades aferrarse, y que quienes fomentan esa discordancia se contentan con esperar la carroñera recolección de los restos.
El hombre bicolor remite a dos de los pensadores literarios más relevantes del siglo XX. Su Boromburg nos recuerda a la Comala de Juan Rulfo, con esa misma parentela venida del Tártaro para recuperar algo de su vida extinguida, y su personaje de Hermógenes parece una mezcla perfecta entre el Josef K. de El proceso y el Gregorio Samsa de La metamorfosis. Su trama es dinámica y envolvente, y su trasfondo remite a una situación sociopolítica que poco tiene que ver con la ficción. Boromburg podría ser cualquier ciudad de Occidente, Hermógenes W. la extensión psíquica de un ciudadano confundido por tanta mentira, y esa presencia fantasmal la representación literaria de un vampiro político dispuesto a chupar la sangre de sus votantes. Juan Benet acusaba a Tomeo de hacer «croquetas literarias», libros de idénticos sabor. Sin embargo, se me ocurre que tal vez esa fijación con lo absurdo, lo raro y lo monstruoso venía impulsada por el poco caso que se le hacía desde las altas esferas editoriales y académicas.



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