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sábado, 8 de septiembre de 2018

TODO ESTÁ PERDONADO de Rafael Reig



 La narración comienza con la misteriosa muerte, en el mismo día de su boda, de Laura Gamazo, hija de un prohombre de los negocios, el cual encarga la investigación del suceso a varios detectives. Este motivo de la historia quedará pronto relegado para dar paso a otros, pero el aroma del género negro -claro que con toques paródicos- reaparece de vez en cuando, como en la larga escena entre el detective Clot -que ya figuraba entre los personajes de Sangre a borbotones (2002)- frente a Lou Seltz y sus matones (pp. 318-322), que parece un homenaje a Raymond Chandler y que más tarde conducirá a un grotesco encuentro amoroso entre los antagonistas. El asunto de la muerte de Laura es tan sólo el pretexto para reconstruir la historia familiar de los Gamazo desde antes de la guerra civil hasta lo que el narrador llama “la Inmaculada Transición”. Uno de los narradores, habría que precisar, porque el relato cambia de puntos de vista para ofrecer ángulos diferentes de esa compleja realidad que es la evolución de la sociedad española encerrada en la gran urbe de Madrid y contemplada con una mirada fluvial, ya ensayada también en Sangre a borbotones: “Se halla dividida por una espina dorsal, el Canal Castellana, ese oscuro río que fue un bulevar ruidoso: bajo el agua aún se agitan, como esqueletos de manos cubiertas de liquen, mordidas por los peces, las ramas de las acacias, de los plátanos y de algún que otro castaño que ya estará colonizado por corales y espinas” (p. 21). En esta sostenida metáfora, el canal tiene su “rive droite”, que es “asiento de la burguesía y el dinero [...] casi siempre obtenido por medios delictivos”, y la “rive gauche”, que es “un amasijo grasiento de populacho y clase media, salpicado de intermitencias de bohemia artística”. Y cuenta con lugares significativos, como el malecón del Prado, Puerto Atocha o la isla de Cibeles. 

La historia de los envases de hostias consagradas es un buen hallazgo de grand guignol, pero queda un tanto desaprovechada en medio de escenas que no siempre parecen estar ordenadas adecuadamente en la misma dirección. Se atiende a varios frentes, pero de modo desigual. Este aspecto constructivo, con sus continuos saltos de eje, está algunos codos por debajo de la calidad de la prosa, impecable, en general, aunque con alguna caída en la trivialidad (“el día a día”, p. 46), algún anacronismo (“ya te vale” [p. 172] no es giro existente en los años 40), algún craso error (el pacto de Cánovas no puede “hacer aguas” [p. 79], así, en plural) y algún pecado mortal (“no se dignaba a mantener contactos”, p. 217) que requiere urgente confesión. 

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