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domingo, 5 de mayo de 2019

POESÍA REUNIDA de Ida Vitale




Ida Vitale formó parte de la generación del 45, grupo al que pertenecieron entre otros 
Mario BenedettiIdea Vilariño o el crítico Ángel Rama -con quien estuvo casada Vitale-, grupo innovador, incluso rupturista. Durante sus estudios universitarios, fue discípula de José Bergamín, ejerció la docencia y la crítica literaria y es traductora de textos literarios y de pensamiento de diversas lenguas. En 1973 el golpe de estado en Uruguay y la instauración de la dictadura -un caso más de la atormentada historia reciente de Latinoamérica-, llevó a la poeta y a su segundo marido, el también poeta Enrique Fierro, al exilio. Más de diez años en México la ponen en estrecha relación con Octavio Paz Efraín Huerta y formó parte de la prestigiosa revista Vuelta. En 1985 regresó a Uruguay donde desempañó tareas culturales y en 1989 se instaló en Austin, Texas.

Mientras tanto, su obra poética, iniciada en 1949 con La luz de esta memoria, fue publicándose en diferentes países y con el tiempo fueron llegando los reconocimientos, entre ellos, el Premio Internacional Octavio Paz en 2009, 
el Reina Sofía en 2015 o el Premio Max Jacob en 2017.

Si bien conocia, como queda dicho, el exilio real, político, Ida Vitale se siente en realidad una “exiliada” en un mundo cuyo mapa está trastrocado -“Vuelan fronteras de un país / cuyo falso centro está en nosotros […] El norte está en el sur, / este y oeste se confunden”-, una exiliada que no tiene otro espacio al que pertenecer que el lenguaje, tal como dejó dicho en un poema: “palabra / es patria que vela por sus hijos”. En esa patria la poeta ha de atrapar lo que no se muestra a la vista, “En el aire estaba / impreciso, el poema”, lo que ha permitido a la crítica, y con razón, hablar de sus poemas como el resultado de iluminaciones y ponerla en relación con Rimbaud. Iluminaciones que se pueden hacer partir de la idea de que vivimos en la oscuridad: “La noche, esta morada / donde el hombre se encuentra / y está solo”, allí no se ve, se está “desposeído”, pero, como dice al final el poema en cuestión, lo que se va perdiendo “viene a salvarse en mí”, haciéndose palabra, música, poema.

Los poemas de Vitale se pueblan de árboles y ello habla de un imaginario de elevación, y también de pájaros, ese símbolo del poeta, que apuntan a lo mismo. Pero al tiempo de ese alejamiento de la tierra, ésta, la vegetación, el mar, etc., aparecen reiteradamente en los poemas e incluso el personaje se llega a identificar con las cosas: “¡Qué fácil desalmarse, / ser con muy buenos modos de piedra, / quedar sola, gritando como un árbol”, afirmando así una visión cósmica, de pertenencia a la vida. Hay en su obra otra serie de poemas en los que ocupan su lugar la cultura, el arte y se celebra a Matisse, a Haendel y los dedicados a ciudades.

En conjunto la poesía de Ida Vitale es, pese a “los destrozos de los días”, celebración, cántico, de la vida sin más, ya se hable de la memoria, del tiempo y su usura, de la muerte, ya se indague sobre el enigma de lo poético o se pregunte por la identidad. Al fin es la fiesta de la palabra, la de la poesía moderna, en una de las voces más ricas, más sugerentes de este tiempo. 


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