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sábado, 11 de mayo de 2019

ROSA KRÚGER de Rafael Sánchez Mazas



A Rafael Sánchez Mazas se le caía la literatura como a los fumadores la ceniza. Cada vez que recuerdo a un escritor que me gusta mucho pienso de él que lo admiro más que a nadie; pero no es así; es una admiración compartida. Es verdad que, en el caso de Rafael Sánchez Mazas, fui el comprador de veintisiete ejemplares de la edición de Ocnos del 71 de Sonetos de un Verano Antiguo (© Liliana Ferlosio), en previsión de que a lo largo de mi vida quisiera regalar algún buen libro; también es cierto que cuando se publicó la primera edición de Rosa Krüger me pareció caro y esperé años hasta adquirirlo y leerlo.
Rosa Krüger es el ejemplo viviente de lo que soñó Azorín en El Artista y el Estilo; algo que parece que no es nada; algo que parece que está al alcance de todo el mundo. Pero quien se pone a escribirlo comprende que eso que parece que no es nada, es todo; que eso que parece tan fácil es lo más difícil, lo más alto, lo más delicado, lo imposible de conseguir. Y sin embargo, para Rafael Sánchez Mazas fue seguramente sencillo hacerlo como un entretenimiento, como una diversión tal vez. Y que alguien nazca con esos dones para componer literatura, y que sólo conservemos unos pocos frutos de lo que pudo escribir, de lo que pensó, lo coloca a una altura inaccesible para los demás.
El nombre de Rafael Sánchez Mazas es un problema para la sociedad española. Porque el escritor ocupa un lugar tan fuera de nuestro alcance y de nuestro entendimiento, que todos intentan ceñirse a la persona, y buscan y rebuscan circunstancias que lo hagan humano, perfectible, defectuoso. Habrá testimonios notariales que lo juzguen, pero yo digo como con todos los autores a los que he tratado íntimamente a través de su literatura: que no me sirven de nada los testimonios acerca de alguien a quien conozco y a quien amo. A mí me dió palabras hermosas, bondad, inteligencia, camaradería, lealtad, honor. No sería cabal descartar lo que yo vi por la opinión de quien dice que lo conocía. Yo he visto la herida; yo metí las manos en la llaga.
Ignoro si quien ha tenido más interés en hacer olvidar a Rafael Sánchez Mazas ha sido su familia; intenté leer El Jarama en mi pubertad y no lo conseguí y sin duda será una buena novela, pero más allá del anecdotario de ministro de Franco y de número no sé qué de carnet de la falange, las palabras de Rafael Sánchez Mazas perdurarán, de modo que podremos repetir algún día la idea de alguien cuyo nombre no recuerdo, pero que seguramente será algún escritor de la época del manierismo, que tanto admiro: "Si no es este su siglo, todos los otros lo serán".
Me gustan todos los escritos de Rafael Sánchez Mazas; durante mi juventud, creo recordar que los miércoles soñaba con la puerta secreta del jardín de La Vida Nueva de Pedrito de Andía (curiosamente el único libro que poseo de la editorial Planeta); siempre quise tener una tía Clara, un preceptor jesuita que me enseñara latín y una novia Isabel que me dijera: "Si eres tú, si eres yo, abriré". En mi memoria se mezclan los versos de "Paseo de junio" con los elefantes que traen los navegantes/de las islas Hawai o del Brasil. He respirado la sombra de los invisibles abrazos familiares que hay en el umbral de las casas viejas, he querido tener por hermanas (ay!) a aquellas dos hermanas encajeras de Flandes, y he sido feliz con eso y por todo ello, gracias, Rafael Sánchez Mazas y gracias a tu madre por guardar el cuaderno de hule negro que soñé.


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