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sábado, 16 de mayo de 2020

JANE EYRE de Charlotte Brontë



"Cuando abrimos Jane Eyre, no podemos reprimir la sospecha de que vamos a enfrentarnos a un imaginario anticuado y tan pasado de moda como la casa parroquial del páramo", escribió Virginia Woolf sobre la obra de Charlotte Brontë y las Cumbres borrascosas de su hermana Emily. Es cierto que no debemos ignorar el contexto victoriano de Jane Eyre ni la educación anglicana y conservadora de su autora. Ni olvidar que Woolf escribió su ensayo The Common Reader en 1916, cuando la Inglaterra industrial se abalanzaba hacia la era de las sufragistas.
El papel tradicional de "ángel del hogar" era repudiado por estas mujeres. Las calles rugían con piquetes y manifestaciones violentas para exigir igualdad salarial, la autonomía de su propio útero y el derecho al voto. La artífice de La señora Dalloway pertenecía a esa hornada de pensadoras británicas que buscaban la androginia al escribir y la ruptura de los códigos domésticos. Por eso Woolf no compartía el uso de la falacia patética y los lamentos románticos de Brontë para reivindicar la represión sexual y económica del periodo anterior. "Toda la fuerza de Jane Eyre se manifiesta a través del yo amoyo odioyo sufro".
La mayor del triunvirato Brönte tampoco imaginó que su novela iba a ser tachada de manifiesto feminista, peligroso y erótico en octubre de 1847. Posiblemente su visión de sí misma no se alejaba de la que describió Virginia Woolf medio siglo después. Pero tampoco era una niña mimada e inconsciente. Charlotte sabía muy bien que Jane Eyre era un cartucho cargado contra el sistema patriarcal y por eso entregó su manuscrito bajo el seudónimo asexual de Currer Bell. Detrás de su narrativa gótica y el final feliz entre Jane y Rochester, se escondía un relato mucho más revolucionario. 
Brontë hablaba de desigualdad e insubordinación, también denunciaba la hipocresía de los clérigos y cuestionaba la superioridad de las autoridades. Esto, en una Europa de revoluciones contra el capitalismo y la industrialización, era poco menos que una invocación satánica. Las publicaciones más críticas con el movimiento obrero pronto acusaron a la novela de "jacobinismo moral", de fomentar la anarquía social y de acoger fundamentos anticristianos.


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