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viernes, 11 de abril de 2025

EL LOCO DE DIOS EN EL FIN DEL MUNDO de Javier Cercas

 


El loco de Dios es Jorge Bergoglio, el papa Francisco, y el fin del mundo, Mongolia, un país emparedado entre Rusia y China, cuya comunidad católica no pasa de las 1.500 personas, adonde viajó a finales de agosto de 2023. Aquella primavera, el responsable de la editorial del Vaticano, Lorenzo Fazzini, había invitado a Cercas a escribir un libro sobre ese viaje y el escritor ateo y anticlerical —como advierte en la nota inicial— vio la ocasión de brindarle a su madre la certeza, avalada por el mismo Papa, de que tras la muerte se reencontraría con su marido. La posibilidad del Cercas hijo de preguntar acerca de la vida eterna (y la resurrección de la carne) al Papa ponía en bandeja al Cercas escritor la aventura de zambullirse en otro de sus libros fuera de norma. Uno “tan extravagante como fuera posible, una mezcla de crónica y ensayo y biografía y autobiografía”, un “batiburrillo de géneros” —y propósitos, yo diría— que resulta apasionante por unas cuantas razones.

De este modo, mientras vemos a Cercas acudir a un encuentro de intelectuales en la Capilla Sixtina o volar hacia el corazón de Asia (durante el vuelo tiene lugar la conversación clave con Francisco que permanece protegida por una elipsis hasta el final), vamos descubriendo la personalidad ambigua del Pontífice, la reputación de hombre autoritario y arrogante como provincial de los jesuitas en Argentina, su brillantez oratoria, su gusto por romper fecundamente la expectativa, sus ocasionales impertinencias, su asumida condición de pecador, su apuesta por volver a un evangelismo puro, exento de presunciones clericales o de maquinaciones por el poder. En el curso de sus averiguaciones, el narrador se entrevista con cuantos eclesiásticos e informadores le van saliendo al paso, hombres y mujeres —estas en clara minoría en el organigrama de cargos de la Santa Sede—, con la pertinacia del periodista que no es y con la astucia del novelista que sí es, y también con la perplejidad y hasta el aburrimiento del ateo.




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