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domingo, 10 de enero de 2021

LAS VOLADORAS de Mónica Ojeda


 

El universo mítico de lo andino tiene una presencia menos marcada que lo macabro en la colección de cuentos Las Voladoras, de Mónica Ojeda. Con la excepción de los relatos “Terremoto” y “El mundo de arriba y el mundo de abajo”, los otros seis que componen la publicación cuestionan arquetipos de lo femenino o intentan dibujar el tenue límite que separa la violencia psicológica de la real. Allí se reinterpretan mitos de la tradición europea, como las brujas, el licántropo o el Golem, a través del imaginario del páramo sudamericano. El temor a una erupción volcánica, presente en las leyendas aborígenes de la zona queda reducido a una hermosa reflexión —“los volcanes son los lagrimales de la tierra”— y a la evidencia de que amar es una forma de temblar que tienen en “Terremoto” las protagonistas, definidas por su relación y por la particularidad de vivir entre cráteres.

La omnipresente Pacha Mama, la Madre Tierra de la cordillera, no aparece o, si lo hace, es transmutada en su aspecto más terrible; como la mujer amenazadora: la arpía o la hechicera. Y es que la interpretación de lo abyecto femenino en contraste con lo peor de las sociedades patriarcales representa aquí un eje fundamental de la narrativa de Ojeda.

“Las Voladoras”, “Sangre coagulada” y “Cabeza voladora” establecen un tríptico cuyo leitmotiv es el arquetipo de la bruja. En el primer cuento, las arpías son la metáfora del maltrato. “El deseo de Dios: el misterio más absoluto de la naturaleza”, reflexiona la narradora: “Imagine ese misterio entrando a su casa y ensanchándole las caderas”. Por eso, allí proliferan las mujeres que atraviesan los cielos para desafiar las convenciones sobre le decoro. En “Sangre coagulada”, la comadrona rural de antaño se transforma en una hechicera cuyas pócimas solo sirven para curar la maternidad no deseada, porque, como escribe Ojeda: “la muerte también nace”.

Otra alegoría de la bruja aparece en “Cabeza voladora”, un cuento noir, en donde la violencia machista es más evidente. Allí, el mundo onírico de una maestra obsesionada con el asesinato de su vecina adolescente se encuentra con una comunidad de mujeres, a medio camino entre lo real y lo fantástico, que reúnen a un aquelarre en pleno entorno urbano: “Había un frenetismo impúdico en los cuerpos que sudaban y mostraban sus uñas, sus senos, sus lenguas”. La sensualidad de los pensamientos de la narradora contrasta con el asesinato de la chica y la culpa que se adjudica ella misma, sin dejar claro por qué. En todo caso, no son las mujeres, sino el padre quien emerge de las sombras como una figura monstruosa y, en este cuento, lo sangriento y la imagen de la decapitación se conectan con los símbolos en “Las Voladoras” y “Sangre coagulada”




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