Una magnífica novela sobre el pasado que siempre vuelve.Unos personajes que
luchan por volver a empezar y seguir siempre adelante.
Germinal Ibarra es un policía desencantado al que persiguen los rumores y
su propiaáconciencia. Hace tres años que decidió arrastrar su melancolía hasta
una comisaría deáLa Coruña, donde pidió el traslado despues de que la
resolución del sonado caso deláasesinato de la pequeña Amanda lo convirtiera en
el heroe que el nunca quiso ni sintióáser. Pero el refugio y anonimato que
Germinal creía haber conseguido queda truncado cuando una noche lo reclama una
mujer ingresada en el hospital con contusiones queámuestran una gran
violencia.á
Una misteriosa mujer llamada Paola que intenta huir de sus propios fantasmas ha
aparecidoáhace tres meses en el lugar más recóndito de la costa gallega. Allí
se instala comoáhuesped en casa de Dolores, de alma sensible y torturada, que
acaba acogiendola sinádemasiadas preguntas y la introduce en el círculo que
alivia su soledad.
El cruce de estas dos historias en el tiempo se convierte en un mar con dos
barcos enárumbo de colisión que irán avanzando sin escapatoria posible.
Hijo de
inmigrantes, creció en medio de una extrema pobreza y con cuatro hermanos en el
barrio de Torre Baró, en Barcelona.[2] Fue seminarista
durante cinco años, antes de cursar estudios de Historia en la Universidad de
Barcelona y
trabajó como funcionario de la Generalidad de Cataluña entre los años
1992 y 2012 (mozo de escuadra).
Que somos mejores en el relato que en la realidad
es una obviedad. A base de repetir a lo largo de los años las mismas anécdotas,
estas se fijan como un esquema narrativo del que cuesta liberarse para saber,
en realidad, quién es uno, si es que tal cosa es posible. Es evidente que mi
infancia y mi adolescencia han condicionado mi escritura, no tanto por las
lecturas de entonces (que también) como por las vivencias. Ser hijo de
inmigrantes en la Barcelona de los años 60, crecer en un barrio de la periferia
como Torrebaró, convivir con la violencia estructural y más próxima desde tan
temprana edad, me ha empujado a buscar respuestas y una forma de justicia que
ha pasado por ser seminarista (esa idea de la redención como finalidad), luego
policía (la pretensión de que la ley puede suplantar la falta de ética), para
acabar cediendo a la única respuesta posible: la literatura; primero como
lector voraz y soñador, luego como escritor artesano y profesional. Es esa
búsqueda, utópica, algo naïf, la que sigue moviéndome en este tiempo de fieras.
A veces, escribir es también decir lo que no puede ser dicho de otra manera,
por mucho que a vivir se aprenda viviendo.
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